miércoles, 2 de mayo de 2018

Maledicencia



La maledicencia es la acción que emprende una persona, con la finalidad de perjudicar a otra, a través de su crítica de manera irónica e injuriosa.
Este tipo de persona siente placer al difamar a otras personas con sus murmuraciones; sin medir las consecuencias y el daño que puede ocasionar, no solo a la persona que blasfemia, sino también a su entorno familiar y social.
La maledicencia, puede ser producto del odio hacia otra persona, enemistad o simplemente envidia.
La blasfemia, es considerada, como una ofensa a Dios. Es atentar contra la religión a través de la cual rendimos tributo y honor a Dios, como principio y fin de nuestra existencia.
La maledicencia no es propio de personas cristianas, un buen cristiano en cumplimiento de la palabra de Dios no debería difamar a sus semejantes: “No andes difamando entre los tuyos; no demandes contra la vida de tu prójimo. Yo Yahvé”. (Levítico 19:16). Y ese es el mandato que Dios nos da.
Nuestras palabras son fundamentales en todo proceso de comunicación, el buen uso de ellas puede ser reconfortante para nuestros interlocutores, pero el mal uso de ellas pueden ser tan dañinas como el arma de un delincuente, pueden causar dolor, impotencia y desconsuelo en otras personas: “No salga de vuestra boca palabra dañosa sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen”. (Efesios 4:29).
Tenemos que ser cuidadosos con nuestras palabras y sobre todo procurar ser humildes y ajustarnos a la verdad al hablar, que nuestra lengua no sea dañina: “Guarda del mal tu lengua, tus labios de la mentira”. (Salmo 34:14).
La palabra debe ser para bien y no para mal, porque la palabra viene de Dios; la palabra es Dios. San Juan inicia su evangelio: “En el principio la palabra existía y la palabra estaba en Dios, y la palabra era Dios”. (Juan 1:1).
De tal manera, que la persona que se dedica a la maledicencia, puede ser considerada como una persona perversa y dañina; capaz de romper vínculos familiares y de amistad; sin ningún tipo de dignidad, simplemente porque la maldad es su límite: “El hombre perverso provoca peleas, el deslenguado divide a los amigos”. (Proverbios 16:28).
No permitamos que este tipo de persona nos aleje de nuestros amigos y de nuestras familias. Mantengámonos a distancia y bien lejos de estas personas perversas y chismosas. Porque ellas no saben lo que es el amor al prójimo y mucho menos el menor respeto hacia sus semejantes. Disfrutan de su maldad y se alegran de los daños que ocasionan.
Nuestro deber como fieles cristianos, es evitar ese mal llamado blasfemia, que es todo lo contrario a la alabanza de Dios. Por lo que es importante tener presente su mandato: “Que no injurien a nadie, que no sean pendencieros sino apacibles, mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres”. (Tito 3:2).