martes, 12 de abril de 2011

SEMANA SANTA


Recordamos su Muerte, Celebramos su Resurección


Para aquellos días, Jesús se dirigía con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní y les dice: “sentaos aquí mientras voy allá a orar”. Llevando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedo, en ese momento lo embarga una profunda tristeza y angustia y les dice “mi alma está triste hasta el punto de morir, quedaos aquí y velad conmigo”; adelantándose un poco, cayó con su rostro hacia la tierra, al tiempo que suplicaba: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras Tu”. Entonces se dirige a sus discípulos los cuales encuentra dormidos; y le dice a Pedro: “¿Con qué no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”, y así se aleja a orar y viene por varias veces y siempre los encontraba dormidos, a la tercera vez viene y les dice a sus discípulos: “ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores, ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad que el que va a entregar está cerca”. (Mateos 26: 36-46) Para ese entonces, los sumos sacerdotes y un grupo de ancianos se encargaron de persuadir a la gente para que aclamaran por la libertad de Barrabás y por la muerte de Jesús. Así, cuando el Procurador les pregunta: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?”, respondieron, “! A Barrabás!”. Al tiempo que Pilato les dice: “¡y qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?”, a lo que responden, “¡Sea crucificado!”. Pero entonces cuando Pilato les pregunta: “¿Y qué mal ha hecho?”, solo se limitaban a gritar con más fuerza, “¡Sea Crucificado!”. Pilato viendo que no había adelanto alguno, sino que por lo contrario se promovía más tumulto, tomó y les dijo: “Inocente soy de la sangre de este justo, vosotros veréis”, teniendo como respuesta de todo el pueblo:” ¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”. Entonces Pilato suelta a Barrabás y a Jesús, después de azotarlo, se los entregó para que fuera crucificado. (Mateos 27: 20-26) Los soldados del Procurador llevaron a Jesús al pretorio, reuniendo a su alrededor a toda la Cohorte. Entonces lo desnudaron echándole encima un manto de color púrpura, poniendo sobre su cabeza una Corona de Espinas, mientras que en su mano derecha colocaron una caña y acercándose a Él, le hacían burla, diciéndole: “¡Salve Rey de los Judíos!” al tiempo que le escupían y tomando la caña lo golpeaban en la cabeza. Cuando se cansaron de su burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificarlo. (Mateos 27: 27-31) Pilato trataba por todos los medios de librar a Jesús, pero los judíos se oponían y le amenazaban diciéndole: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César, todo el que se hace rey se enfrenta al César”. Y así que, ante tal amenaza, Pilato hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal en un lugar llamado Enlosado que en hebreo quiere decir Gabatá. Para entonces era el día de la preparación de la Pascua, hacia la hora sexta; Pilato se dirige a los judíos y les dice: “Aquí tenéis a vuestro Rey” a lo que ellos gritaron “¡Fuera, fuera!, ¡crucificadlo!”; respondiendo Pilato: “A vuestro rey voy a crucificar”, y los sumos sacerdotes le replicaron diciéndole: “No tenemos más rey que el César”. Y así se los entregó para que fuera crucificado. Toman a Jesús, y Él con su Cruz a cuesta, salió hacia el Calvario, que en hebreo se llama Gólgota y allí lo crucificaron y junto a Él a otros dos, uno a cada lado quedando Jesús en el medio. (Juan 19: 12-18) Próximo a la hora sexta una oscuridad invade toda la tierra, la que duró hasta la hora nona; hora en la que Jesús exclamó con fuerte voz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿Por qué me has abandonado?”. Al ser escuchado, algunos de los presentes decían que Jesús estaba llamando a Elías, enseguida uno de ellos tomó una esponja, la cual empapó en vinagre y sujetándola a una caña le ofreció de beber. Pero los otros gritaron: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarlo”, pero Jesús tras un fuerte grito, exhaló el espíritu, al tiempo que el velo del santuario se rasgo en dos, de arriba hacia abajo, tembló la tierra y las rocas se hundieron. (Mateo 27: 45-51) Pasado el día sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, se encaminaban a embalsamar a Jesús, por lo que compraron aromas y muy de madrugada, el primer día de la semana justo a la salida del sol, se dirigen al sepulcro. En el camino se decían unas a otras: “¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?”, y en eso levantan su mirada y se dan cuenta de que la piedra ya había sido retirada a pesar de sus grandes dimensiones. Al entrar vieron a un joven vestido con una túnica blanca, sentado al lado derecho del sepulcro; al verlas tan asustadas, el joven les dice: “No asustéis, ¿buscáis a Jesús de Nazareth, el crucificado?; ha resucitado, no está aquí, ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro, que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo”. (Marcos 16: 1-7) Estando reunido Jesús con los Apóstoles, les dijo que ellos recibirían una fuerza cuando el Espíritu Santo esté sobre ellos y de esa manera serían sus testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra. Una vez que les dice esto, Jesús en presencia de ellos, fue levantado, y una nube lo ocultó a sus ojos. Estando mirando fijamente al cielo mientras Jesús se iba, se les presentaron de manera imprevista dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “Galileos, ¿Por qué permanecéis mirando al cielo?, este Jesús, que de entre vosotros ha sido llevado al cielo, volverá así tal como lo habéis visto marchar al cielo”. Y así, se vuelven a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, próximo a Jerusalén. (Hechos 1: 8-12)