martes, 26 de octubre de 2010

El Dr. José Gregorio Hernández


Venerado por el pueblo Venezolano


Tal día como hoy, el 26 de octubre de 1864, nace en Isnotú, pueblito del Estado Trujillo, el Dr. José Gregorio Hernández, médico de profesión y fundador de la Cátedra de Histología Normal y Patología, Filosofía experimental y Bacteriología en la Universidad Central de Venezuela. Y considerado un Santo a pesar de no estar beatificado por la Iglesia Católica. La comunión diaria, la hora de la Oración cotidiana y sus visitas a Jesús Sacramentado fueron soporte para dedicarse a la caridad con ferviente amor, y a pesar de no ocupar algún cargo dentro del clero de la iglesia, José Gregorio era un ferviente creyente del catolicismo. Y haciendo caridad muere el 29 de junio de 1919 en una calle caraqueña a consecuencia de un arrollamiento, cuando salía de una farmacia donde había comprado una medicina para una paciente anciana que había recién atendido y que su pobreza no le permitía comprar los medicamentos.
Conoce la vida religiosa contemplativa en la Cartuja de Fornetta, en Italia y en el Colegio Pío Latinoamericano de la Compañía de Jesús. Su Misión en esta Tierra era practicar la caridad con los enfermos, los estudiantes y los amigos.
Por sus acciones, el Dr. José Gregorio Hernández, siempre ha sido venerado por el pueblo Venezolano, bien sea pidiéndoles favores o atribuyéndole milagros, por lo que la Iglesia Católica de Venezuela inicia el 27 de junio de 1949 el proceso de beatificación y canonización ante el Vaticano, a través del Arzobispo de Caracas; monseñor Lucas Guillermo de Castillo. Y es a partir de ese día que canónicamente se le llama Siervo de Dios. El 16 de junio de 1986, el Papa Juan Pablo II lo declara “Venerable”.
En mi caso particular, siendo el motivo del presente artículo, el 30 de agosto de 1972 visito por primera vez el pueblo de Isnotú. Y el 20 de febrero de 1989, luego de un sueño revelador, visité por primera vez la iglesia de la Candelaria, donde reposan los restos del Dr. José Gregorio Hernández, y en donde encontré paz y sosiego a la pena que me embargaba por el recién terrible diagnostico que me habían dado. Y desde ese día, todos los días le elevo una plegaria por mi salud y agradeciéndole estos veintiún año de sobrevivencia.