La maledicencia es la acción que emprende una persona,
con la finalidad de perjudicar a otra, a través de su crítica de manera irónica
e injuriosa.
Este tipo de persona siente placer al difamar a otras
personas con sus murmuraciones; sin medir las consecuencias y el daño que puede
ocasionar, no solo a la persona que blasfemia, sino también a su entorno
familiar y social.
La maledicencia, puede ser producto del odio hacia
otra persona, enemistad o simplemente envidia.
La blasfemia, es considerada, como una ofensa a Dios.
Es atentar contra la religión a través de la cual rendimos tributo y honor a
Dios, como principio y fin de nuestra existencia.
La maledicencia no es propio de personas cristianas,
un buen cristiano en cumplimiento de la palabra de Dios no debería difamar a
sus semejantes: “No andes difamando entre los tuyos; no demandes
contra la vida de tu prójimo. Yo Yahvé”. (Levítico 19:16). Y ese es el mandato que Dios nos da.
Nuestras palabras son fundamentales en todo proceso de
comunicación, el buen uso de ellas puede ser reconfortante para nuestros
interlocutores, pero el mal uso de ellas pueden ser tan dañinas como el arma de
un delincuente, pueden causar dolor, impotencia y desconsuelo en otras
personas: “No salga de vuestra boca palabra dañosa sino la que
sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os
escuchen”. (Efesios
4:29).
Tenemos que ser cuidadosos con nuestras palabras y
sobre todo procurar ser humildes y ajustarnos a la verdad al hablar, que
nuestra lengua no sea dañina: “Guarda del mal tu lengua, tus labios de la mentira”. (Salmo 34:14).
La palabra debe ser para bien y no para mal, porque la
palabra viene de Dios; la palabra es Dios. San Juan inicia su evangelio: “En
el principio la palabra existía y la palabra estaba en Dios, y la palabra era
Dios”. (Juan 1:1).
De tal manera, que la persona que se dedica a la
maledicencia, puede ser considerada como una persona perversa y dañina; capaz
de romper vínculos familiares y de amistad; sin ningún tipo de dignidad,
simplemente porque la maldad es su límite: “El hombre perverso provoca
peleas, el deslenguado divide a los amigos”. (Proverbios 16:28).
No permitamos que este tipo de persona nos aleje de
nuestros amigos y de nuestras familias. Mantengámonos a distancia y bien lejos
de estas personas perversas y chismosas. Porque ellas no saben lo que es el
amor al prójimo y mucho menos el menor respeto hacia sus semejantes. Disfrutan
de su maldad y se alegran de los daños que ocasionan.
Nuestro deber como fieles cristianos, es evitar ese
mal llamado blasfemia, que es todo lo contrario a la alabanza de Dios. Por lo
que es importante tener presente su mandato: “Que no injurien a nadie, que no
sean pendencieros sino apacibles, mostrando una perfecta mansedumbre con todos
los hombres”. (Tito 3:2).
Maledicencia: horrible palabra y con ella su significado.
ResponderBorrarSi hablamos de comulgar con Dios, paz y armonía espiritual, no cabe esta palabra en nuestro vocabulario. Quienes la practican tampoco pueden ser buenas personas y mucho menos irradiar buenas energías.
Completamente de acuerdo contigo amigo mío, a estas alturas lo mejor es alejarse de quienes conviven con ella y viven blasfemando.
Algunos dirán que es un acto egoísta porque esas personas necesitan ayuda para salir de ese circulo, sin embargo, pienso que cuando tienes conciencia de que haces algo malo y aún así lo sigues haciendo, no hay ayuda que valga pues el cambio debe venir de adentro; no hay fuerza externa que te haga cambiar, si tú mismo no estás interesado en ello. Lo mejor, desde mi punto de vista, es alejarse de esas personas que se nutren haciendo mal.
Gracias por tu aporte Fer.
Saludos y cariños.
Ede