Más que una institución, la familia representa el
núcleo central de una sociedad; a través de la cual podemos llegar a
desarrollarnos física, intelectual y espiritualmente. Siendo así, de vital
importancia en el desarrollo de todo ser humano.
En
consecuencia, debemos procurar que nuestros hogares, sean un lugar donde los
hijos aprendan y se desarrollen en un ambiente de amorosa aceptación. Inculcándoles
valores y buenas costumbres. Como cristianos debemos convertir nuestros hogares
en una casa de oración: “Mi casa será llamada casa de oración.” (Isaías 56:7).
El pasado
30 de diciembre, último domingo del año 2018, la Iglesia Católica celebraba el
día de la Sagrada Familia de Nazaret, resaltando de esta manera, el amor tan
grande de Dios por la familia, haciendo que Jesucristo naciera y creciera en el
seno de una familia.
Sin tomar
en cuenta el tipo de vivienda, ni el lugar donde esté ubicada, debemos hacer de
nuestro hogar un verdadero refugio de descanso y paz; lleno del amor de Cristo,
de tal manera que todas las personas que ingresan a él perciban que han llegado
a un refugio de amor y paz.
En ese
refugio debe prevalecer la unidad de todos sus ocupantes y todos tener un mismo
sentir, de acuerdo a las enseñanzas de Cristo: “Hermanos, por el nombre de
nuestros Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya
entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma
mente y en un mismo parecer.” (1 Corintios 1:10).
Igualmente,
tenemos que promover la prudencia y la sencillez para una mejor convivencia en
nuestro refugio: “Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como
palomas.” (Mateo 10:16).
Cuando
uno de los integrantes de ese refugio, principalmente uno de los hijos, se ausente
dejándose llevar por las malas tentaciones. Como padres debemos recordar, la
parábola en las Sagradas Escrituras, que hace referencia al hijo pródigo, quien
regresó al hogar después de haber malgastado su herencia y quedar arruinado.
Sin embargo, su padre lo recibió sin reproche, más bien con una bienvenida
llena de amor y de aceptación incondicional. Porque estaba feliz que su hijo regresara
a su hogar: “Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido
a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó.” (Lucas 15:20). Esto nos enseña que como padres tenemos
que ser misericordiosos y saber perdonar cuando uno de nuestros hijos actúa
mal.
Pero
familia, no son solamente los lazos de sangre que nos unen; siempre tenemos
amigos que con el transcurrir del tiempo, de compartir momentos bonitos y
difíciles; esa amistad se va transformando de manera maravillosa en una
hermandad, llena de afecto, respeto y solidaridad: “El hombre que tiene amigos ha de
mostrarse amigo; y amigo hay más unidos que un hermano.” (Proverbios 18:24)
Anualmente,
celebro en mi tierra natal (Estado Bolívar-Venezuela) un reencuentro familiar,
evento que aprovecho para presentar y bautizar uno de mis libros, que escribo
especialmente para ellos; siendo esta una oportunidad que Dios me ofrece para
honrar a mi familia, ya sean de nacimiento o por amistad, todos ellos son
importante para mí, motivo por el cual me siento bendecido por Dios, por
tenerlos en mi vida.
En estos
reencuentros, siempre los invito a que seamos una familia extendida, en donde
los hijos sigan atendiendo a sus padres y en donde los lazos se extiendan hasta
los parientes más lejanos. También los invito a mantenernos unidos a través de
la fe que profesamos a Dios, que hagamos oraciones y haciendo de nuestros
hogares una casa de fe, una casa de Dios. Y siempre les hablo de la importancia
del agradecimiento, por lo que deben procurar ser agradecidos y dar gracias por
todo: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios
para con vosotros en Cristo Jesús.”
(1 Tesalonicenses 5:18).
Todos los
días de mi existencia doy gracias a Dios por mi familia, mis amigos y todos mis
seres queridos, con la siguiente plegaria:
Señor en el silencio de este día
que nace, quiero pedirte que bendigas a todos mis seres queridos. Como Creador
y Custodio del mundo, te ruego que sus vidas siempre estén llenas de luz y
bendiciones, y que nada ni nadie los pueda separar de tu Presencia amorosa y
protectora. Gracias Señor por escuchar mi ruego. Amén.
Al orar por ellos, además de bendecirlos, yo también
recibo el don de la bendición. Al tiempo, que me lleno de paz y satisfacción al
saber que los he bendecidos con mis oraciones.
“Doy gracias a Dios, haciendo
siempre memoria de ti en mis oraciones.” (Filemón 1:4).