jueves, 3 de enero de 2019

La Familia


Más que una institución, la familia representa el núcleo central de una sociedad; a través de la cual podemos llegar a desarrollarnos física, intelectual y espiritualmente. Siendo así, de vital importancia en el desarrollo de todo ser humano.
  
        En consecuencia, debemos procurar que nuestros hogares, sean un lugar donde los hijos aprendan y se desarrollen en un ambiente de amorosa aceptación. Inculcándoles valores y buenas costumbres. Como cristianos debemos convertir nuestros hogares en una casa de oración: “Mi casa será llamada casa de oración.” (Isaías 56:7).

        El pasado 30 de diciembre, último domingo del año 2018, la Iglesia Católica celebraba el día de la Sagrada Familia de Nazaret, resaltando de esta manera, el amor tan grande de Dios por la familia, haciendo que Jesucristo naciera y creciera en el seno de una familia.

        Sin tomar en cuenta el tipo de vivienda, ni el lugar donde esté ubicada, debemos hacer de nuestro hogar un verdadero refugio de descanso y paz; lleno del amor de Cristo, de tal manera que todas las personas que ingresan a él perciban que han llegado a un refugio de amor y paz.

        En ese refugio debe prevalecer la unidad de todos sus ocupantes y todos tener un mismo sentir, de acuerdo a las enseñanzas de Cristo: “Hermanos, por el nombre de nuestros Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.” (1 Corintios 1:10).

        Igualmente, tenemos que promover la prudencia y la sencillez para una mejor convivencia en nuestro refugio: “Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas.” (Mateo 10:16).

        Cuando uno de los integrantes de ese refugio, principalmente uno de los hijos, se ausente dejándose llevar por las malas tentaciones. Como padres debemos recordar, la parábola en las Sagradas Escrituras, que hace referencia al hijo pródigo, quien regresó al hogar después de haber malgastado su herencia y quedar arruinado. Sin embargo, su padre lo recibió sin reproche, más bien con una bienvenida llena de amor y de aceptación incondicional. Porque estaba feliz que su hijo regresara a su hogar: “Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó.” (Lucas 15:20). Esto nos enseña que como padres tenemos que ser misericordiosos y saber perdonar cuando uno de nuestros hijos actúa mal. 

        Pero familia, no son solamente los lazos de sangre que nos unen; siempre tenemos amigos que con el transcurrir del tiempo, de compartir momentos bonitos y difíciles; esa amistad se va transformando de manera maravillosa en una hermandad, llena de afecto, respeto y solidaridad: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unidos que un hermano.” (Proverbios 18:24) 

        Anualmente, celebro en mi tierra natal (Estado Bolívar-Venezuela) un reencuentro familiar, evento que aprovecho para presentar y bautizar uno de mis libros, que escribo especialmente para ellos; siendo esta una oportunidad que Dios me ofrece para honrar a mi familia, ya sean de nacimiento o por amistad, todos ellos son importante para mí, motivo por el cual me siento bendecido por Dios, por tenerlos en mi vida.

        En estos reencuentros, siempre los invito a que seamos una familia extendida, en donde los hijos sigan atendiendo a sus padres y en donde los lazos se extiendan hasta los parientes más lejanos. También los invito a mantenernos unidos a través de la fe que profesamos a Dios, que hagamos oraciones y haciendo de nuestros hogares una casa de fe, una casa de Dios. Y siempre les hablo de la importancia del agradecimiento, por lo que deben procurar ser agradecidos y dar gracias por todo: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” 
 (1 Tesalonicenses 5:18).

        Todos los días de mi existencia doy gracias a Dios por mi familia, mis amigos y todos mis seres queridos, con la siguiente plegaria:

Señor en el silencio de este día que nace, quiero pedirte que bendigas a todos mis seres queridos. Como Creador y Custodio del mundo, te ruego que sus vidas siempre estén llenas de luz y bendiciones, y que nada ni nadie los pueda separar de tu Presencia amorosa y protectora. Gracias Señor por escuchar mi ruego. Amén.

        Al orar por ellos, además de bendecirlos, yo también recibo el don de la bendición. Al tiempo, que me lleno de paz y satisfacción al saber que los he bendecidos con mis oraciones.

“Doy gracias a Dios, haciendo siempre memoria de ti en mis oraciones.” (Filemón 1:4).