La adulancia, también conocida como lisonja, no es más
que la alabanza de manera exagerada que se le hace a una persona con el fin de
conseguir un favor o simplemente para ganarse su voluntad.
El adulador es un ser hipócrita y falso, sus alabanzas
no son sinceras, simplemente persiguen un interés para su propio bien, y en
ningún momento resaltar las virtudes de la otra persona; aunque muchas veces
nos podemos encontrar con personas que les gustan y disfrutan de las adulancias
hacia su persona.
Plutarco, historiador, biógrafo y filósofo moralista
griego; sostenía que: “Muchos
hombres cazan a los ignorantes con la adulancia.” Palabras muy sabias, porque la adulancia se presta
para que entre en juego la manipulación del ser humano.
Por su parte el padre Alfonso Milagro, sacerdote
salesiano, reseña en su obra Consignas que: “La adulancia es una moneda falsa, que tiene curso
gracias a nuestra vanidad. El adulador es falso; pero nosotros le damos pie
para su falsedad. ¿Quién será más culpable?”. He podido observar como algunas personas se han
endiosado producto de las adulancias desmedida recibidas y que no han sido
capaces de rechazarlas, porque su vanidad los supera.
La lisonja como también se le conoce a la adulancia,
sirve para engañar a ingenuos que se las creen: “Porque tales personas no sirven a nuestro Señor
Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas
engañan los corazones de los ingenuos.” (Romanos 16:18).
Pero llega un momento que al adulador no le funcionan
sus lisonjas, porque simplemente son construidas bajo falsas caricias: “El hombre que lisonjea a su prójimo, red tiende
delante de sus pasos.” (Proverbio
29:5).
En fin el adulador es una persona falsa, y si nos
valoramos y respetamos no deberíamos aceptar sus adulancias. “Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le
mentía”. (Salmo 78:36).
Es preferible
reprender a un amigo, que mentirle con adulancia: “El que reprende al hombre, hallará después mayor
gracia que el que lisonjea con la lengua.” (Proverbio 28:23).
El buen cristiano nunca se presenta con adulación ni
persiguiendo la gloria humana: “Nunca
nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de
codicia. Dios es testigo, ni buscando gloria humana.” (1 Tesalonicenses 2:5-6).