El Verbo encarnado se
refiere al misterio de la Encarnación, en donde conocemos que la segunda persona de la
Santísima Trinidad, específicamente, el Hijo, se encarnó y se hizo hombre en
las entrañas de la Virgen María.
Aunque las tres divinas
personas a las que llamamos Santísima Trinidad resultan inseparables “Dios es uno y Trino” “Padre, Hijo y
Espíritu Santo”; no obstante, al Padre se le atribuye la Creación del
Mundo, al Hijo la Redención de nuestros pecados y al Espíritu Santo la
Santificación.
Es así, que cuando
iniciamos el rezo del Credo decimos: “Creo
en Dios Padre, Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo,
su único Hijo, Nuestro Señor que fue concebido por obra y gracia del Espíritu
Santo….”. Allí estamos reconociendo a las tres divinas persona: Padre, Hijo
y Espíritu Santo.
Al hablar de la
encarnación del Hijo de Dios, estamos diciendo que se hizo hombre, con cuerpo y
alma como cualquier cristiano. Por lo que Cristo es Dios y hombre verdadero a
la vez; con dos naturaleza la divina y la humana, que al unirse forman una sola
persona a quien llamamos Jesucristo. Hay que reconocer que el Verbo divino no
se unió a una persona humana, sino a una naturaleza humana.
Tenemos entonces, que en
el libro de San Juan, capítulo1, versículo 1; encontramos: “En el principio era el verbo, y el verbo era con Dios, y el verbo era
Dios”.
Y en el libro de San
Lucas, capítulo 24, versículo 39, podemos leer: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un
espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Y es que
Jesucristo es hombre desde el mismo momento que se encarnó en las entrañas de
la Santísima Virgen María, uniendo de esta manera su naturaleza divina con la
naturaleza humana, y este es, el misterio de la Encarnación.
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