El domingo de
Ramos, marca el inicio de la Semana Mayor, semana en la que recordamos la
Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo. Este día celebramos la entrada
triunfal de Jesús a Jerusalén; y que en las Sagradas Escrituras se le denomina “La entrada mesiánica en Jerusalén”, y en ellas encontramos
que estando cerca de Jerusalén, en el monte de los olivos, Jesús envió al
pueblo a dos de sus discípulos, para que trajeran un asna y un pollino,
advirtiéndoles que si alguien les decía algo, le respondieran “El Señor las necesita pero
enseguida las devolverá”. Todo esto sucede en cumplimiento de lo dicho
por el profeta: “Decid
a la hija de Sion: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y
un pollino, hijo de animal de yugo” (Mateo 21:5).
Cumplido el encargo, los
discípulos traen el asna y el pollino, colocando sobre ellos sus mantos y
sentando encima a Jesús; y así, emprenden su camino a Jerusalén, en el trayecto
la multitud extendía sus mantas, mientras que otros cortaban palmeras y remos
que tendían por el camino, todo ello como muestra de que Jesús era el Mesías.
Mientras que a su vez la gente que lo acompañaba gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito
el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”.
Y de esa manera hace su
entrada triunfal Jesucristo a Jerusalén, conmocionando a la ciudad entera,
quienes preguntaban ¿Quién es él? A lo que sus acompañantes gritaban “Este es el profeta Jesús de Nazaret
de Galilea”. (Mateo 21:11).
Para nosotros los
cristianos católicos, este domingo no debe limitarse a recoger la palma bendita
en la iglesia. Sino también debemos reflexionar sobre lo que representa Cristo
para nosotros y ratificar nuestro deseo de seguirle siempre como el Mesías de
nuestras vidas.