Siempre he dicho que la vida es cambiante, un día te regala alegría y otro día te da tristeza. En mi artículo anterior les hablé del gozo en mi corazón por mis sesenta años; días después ese gozo se convirtió en profunda tristeza y desolación por la pérdida de un ser muy querido, al que siempre amé y respeté: mi hermano Oscar.
El 17 de julio pasado, día de su cumpleaños le escribí: “Oscar, día a día doy gracias a Dios por la vida que me ha tocado vivir; con sus tropiezos y con sus alegrías. También le doy gracias por los padres que nos dio, y a ellos les agradezco el haberme dado un hermano tan bueno como tu; con un corazón lleno de amor y bellos sentimientos; un corazón comprensivo, solidario y compasivo. Pocos tienen la dicha de tener un hermano como tú. Que Dios te bendiga en tus 65 años”. Y es que para mí Oscar fue lo máximo, siempre me apoyó en todos mis proyectos de vida, sin pedir nada a cambio, solamente verme feliz.
Al mes del fallecimiento de nuestra madre, él escribió: “Vieja te fuiste dejando siete corazones rotos, pétalos de una misma rosa y el de un viejo que hoy llora tu partida”. Ahora de esos siete corazones solo quedan tres, que lloramos su partida. Por eso ahora hay tristeza en mi corazón.